viernes, 20 de abril de 2007

Ahora resulta...

Coincido en que la violencia en tierra mexicana debe preocuparnos, no sólo a quienes habitamos en ella, sino también a quienes nos visitan del extranjero. Sin embargo, la forma en que alarman a los estadounidenses sobre ciertos destinos de nuestro país, ha golpeado mi orgullo nacional. ¿Acaso no sentirán lo mismo nuestras autoridades? Si a mi, que soy una simple ciudadana, me da vergüenza la manera como se ha llegado a considerar a nuestro país, me gustaría pensar que a quienes nos gobiernan, les provoque más que indignación.
Al leer que la embajada norteamericana ha vetado la visita de sus compatriotas a determinados lugares del interior de la República, lo primero que pensé fue: ¿Y su país qué? ¿A poco muy seguro? Sí claro, las condiciones son distintas y las situaciones muy diversas, sin embargo, el resultado es el mismo: peligro y muerte.

Siendo así, ¿qué los hace a ellos mejores que nosotros? ¿Por qué en vez de difundir sobre los posibles riesgos de sitios turísticos de nuestro país no se ocupan de sus propios problemas? Insisto, la creciente ola de ejecuciones es un síntoma de alarma y debe ser controlada para evitar que propios y extraños nos sintamos desprotegidos, sin embargo, tratar de evitar que sean visitados no creo que sea una solución y menos que la advertencia provenga de uno de los países con altos índices de racismo y violencia en todas sus expresiones.

Y aunque quizá a nuestro país vecino sólo le preocupe la seguridad de sus connacionales, y poco le interese participar en la solución de estos conflictos, lo menos que podríamos pedir es que no nos echen más tierra, ¿no?

De verdad, quienes hemos tenido la oportunidad de visitar buena parte de México, hemos constatado lo hermoso qué es, no sólo físicamente sino también en su gente, en su riqueza cultural e histórica, tradiciones y folclor en general y que un país aliente que esas maravillas sean desconocidas, me parece muy delicado como para dejarlo pasar...

lunes, 16 de abril de 2007

¡Ya estuvo...! ¿no?

¿No lo sienten? Seguramente sí, pero da miedo reconocerlo y como uno de los propósitos de este sitio es no guardar secretos, lo expreso abiertamente: ¡la locura nos rodea! Vivimos en un mundo bastante loco, si no ¿qué sentido tiene que un fulano dispare a quemarropa en una Universidad y aniquile a más de 30 estudiantes? o que nuestro país se esté convirtiendo en tierra de nadie y las ejecuciones aumenten cada día. No nos vayamos más lejos, díganme ¿qué caso tiene hacerle la vida imposible al otro? con chismes, no dejándolo trabajar, jugándole bromas pesadas o como sea, pero siempre molestándolo.

Seamos honestos, nos estamos convirtiendo en una sociedad sin razón, alejándonos de todo sentido común y acercándonos a un tipo de clan preocupado solamente por la supervivencia personal. Tal como lo decía el buen poeta Axl Rose “...welcome to the jungle...”.

¿Qué nos está pasando? ¿Será que con tanta modernidad estamos perdiendo la conciencia? Sin duda, algo en nuestro cerebro está dejando de funcionar y en vez de avanzar hacia estados más civilizados, vamos retrocediendo a pasos agigantados. En lo personal, y aunque tengo muchas otras cosas que atender, me preocupa esta situación. De ahí esta reflexión.
Y no es que piense en el mañana y en lo que vivirán mis hijos, si es que los llego a tener. NO. Pienso en el hoy y en que si una persona cualquiera, así lo decide, puede cambiar mi vida en el mejor de los casos, porque en el peor, podría acabar con ella.

El asunto es ¿qué hacer para detener esta locura? Porque para mi, eso es: una locura masiva, mundial, global – espero que todavía siga de moda el término -. ¿En qué momento ese ser humano, que daña sin escrúpulos, dejó de serlo para convertirse en todo menos en lo que se espera de él?

Es increíble lo que hemos presenciado en los últimos años. Pareciera que este siglo se presenta poco alentador y apenas va iniciando. La verdad, no me quiero imaginar lo que vendrá después, aunque lo más probable es que el escenario siga con iguales problemas. ¿No les parece que es suficiente lidiar con los reclamos de la naturaleza, como para todavía desgastarnos en crear formas que sólo llevan a la destrucción humana?

Y para rematar, agradecería que alguien me explique – POR FAVOR – ¿qué es lo que está sucediendo para que ahora se utilicen a niños con discapacidad mental, que sin saber qué ocurre, porten bombas con fines terroristas? Ya de plano, si a esto no se le denomina locura, entonces ¿qué diablos es?

miércoles, 11 de abril de 2007

Honor a quien honor merece

No hace mucho me sorprendí buscando, por internet, el paradero de uno de mis maestros de la Universidad. Hablar sobre el motivo de mi búsqueda sería intrascendente para muchos, sin embargo, me parece que la reflexión sobre este hecho sí podría ser atractiva y se refiere a la importancia que algunas personas llegan a tener en nuestras vidas.

Dejando a un lado a la gente con la que tuvimos alguna relación sentimental o de profunda amistad, así como a la familia, por nuestro tránsito hemos conocido a individuos que de algún modo han influido en nuestra forma de actuar, de pensar, en fin, de vivir.

Quizá muchos de ellos ni siquiera se imaginan el impacto que nos provocan, ya sea porque los encuentros han sido breves o quizá porque no es algo con lo que nos enfrentamos de manera consciente. Hasta ahora no he conocido a alguien que se proponga cambiar la vida de otro así porque sí. O más bien, no he sabido de alguien que lo reconozca y exprese abiertamente.

El caso es que esas personas están aquí - con nosotros - y sin importar el paso del tiempo o la distancia, sus palabras nos van guiando para bien o... para mal. Y así como ellos (as) nos han dejado huellas, lo más probable es que nosotros también seamos factores de cambio para otros. ¿Lo has pensado?

En lo particular, el imaginar que fui o soy influencia para alguien, me provoca cierto temor, y sólo espero que de ser así, adopten los aspectos positivos ya que de mis defectos preferiría seguir siendo su única dueña.

Pero bueno, para aquellos que desean saber si logré localizar a mi querido profesor, la respuesta es sí. Me enteré que vive en Estados Unidos y el paso siguiente será tratar de contactarlo. Tal vez se acuerde de mi o tal vez no, pero eso no importará porque con esto que estoy escribiendo, compruebo una vez más que su presencia sigue en mi y, debo decirlo, de la mejor manera.

lunes, 9 de abril de 2007

La Luz de Diego


Diego era un roble muy gruñón. Nada le parecía y se quejaba siempre de su condición. Los árboles que lo rodeaban lo soportaban porque, aunque no había de otra, sabían de la importancia de su presencia en esa región. Por él, la zona había sido conservada ya que su grandeza era tal, que los habitantes del pueblo decidieron no derrumbar ese espacio natural. Sin embargo, el carácter de aquél magno roble dejaba mucho que desear. Escuchar sus lamentos – a diario – no era precisamente un remanso de paz y las quejas crecían conforme pasaba el tiempo: que si los rayos del sol eran demasiado intensos, que si la lluvia no llegaba en su momento, que si la gente lo dañaba, que si los pájaros no lo dejaban descansar, entre muchas más.


A Diego no le importaba lo que los demás opinaban y tampoco le interesaba recibir consejos para llevar una vida más feliz. Para él todo era negro. Hasta que un día, en una noche de primavera, cayó del cielo Luz. Una pequeñísima estrella que olvidó concentrarse lo suficiente para permanecer en lo alto. Luz no sabía qué hacer, ni cómo regresar al lugar donde pertenecía. Estaba asustada. Al principio, y como era de esperarse, a Diego no le agradó la idea de tener como visita a ese diminuto astro y agitaba sus ramas para sacudirla y enviarla de regreso al manto estelar. Pero era imposible, los movimientos sólo conseguían asustar más a la pequeña.


Tras la agitación del momento, Diego se calmó para pensar una mejor manera de ayudar a su inesperada huésped. Y es que Diego también tenía su corazón. Pese a todo, no era un árbol malvado, como lo creían. Así, transcurrió el tiempo y los dos extraños se hicieron amigos. Durante el día, Luz se ocultaba en uno de los huecos del viejo tronco para que nadie la viera y por las noches, ambos discutían sobre la forma en que Luz podría regresar a su lugar de origen.




Y mientras eso sucedía, de Diego no se escucharon más quejas. Los árboles estaban sorprendidos pero sin hacer mayor indagación, agradecieron que el roble hubiese cambiado - milagrosamente- de humor.

Fue una tarde de verano, cuando la estrella volvió a su hogar. Después de innumerables intentos, Diego y Luz descubrieron que el arcoiris era lo ideal para transportar a la pequeña. Y así ocurrió. La despedida fue breve pero significativa. Luz prometió cuidar de Diego cada noche y él a su vez, aseguró que trataría de no enfadarse por los sinsabores de su vida.

Ahora, Luz se deja caer cada primavera para estar con el viejo árbol y regresa al cielo durante la época de lluvias. Por su parte, Diego sigue siendo el mismo gruñón, excepto durante el tiempo que la estrella lo visita y aunque los demás siguen ignorando el motivo de la transformación, al menos disfrutan una temporada de verdadera tranquilidad.

domingo, 8 de abril de 2007

Instantes queretanos



Templo de San Francisco





Entre balcones




















Un Andador






















Peña de Bernal










Santuario de Nuestra Señora de Los Milagros en Soriano

miércoles, 4 de abril de 2007

Saturno presente

Quienes me conocen, saben que suelo ser puntual. Incluso aún cuando quiero hacer correr los minutos para no llegar con exactitud, por lo general llego más temprano que el resto. La razón, por ese respeto al tiempo, no la sé. Más bien no la sabía hasta que descubrí que- de acuerdo a fuentes astrológicas confiables – el responsable de esto es Saturno, mi regente.

Y... ¿Saturno qué tiene que ver? Pues bien, haciendo un poco de investigación a este dios también se le identifica con Cronos, el dios del tiempo en la mitología Griega, de ahí que ahora conozca el porqué mi preocupación por estar siempre a la hora indicada.

Retomando los orígenes, Saturno fue el dios romano protector de la agricultura y la vinicultura. Era considerado un personaje de bien, no sólo por representar seguridad material sino por establecer costumbres de índole moral. Su Templo, ubicado al pie del monte Capitolio, en Roma, fue testigo de las llamadas fiestas Las Saturnales, las cuales eran festividades en las que esclavos y ricos convivían sin distinción. La celebración iniciaba el 17 de diciembre, alcanzando su máximo esplendor el 19 del mismo mes.

Al interior del Templo, los romanos resguardaban el tesoro nacional público, conocido como erario y a manera de ofrenda, durante la fiesta de Las Saturnales, desataban las vendas que todo el año sujetaban los pies de las imágenes de Saturno para evitar que los abandonara.


Como ya lo mencioné, a Saturno se le relaciona con Cronos, dios griego hijo de Urano y Gea. Su destino, como el de sus hermanos, hubiese sido terrible, si no fuera por su madre quien lo convenció para atacar a su padre y quedarse con el trono. Bajo la maldición de Urano, Cronos devoraba a sus hijos para evitar que lo despojaran de su reinado. Sin embargo, su esposa Rea logró engañarlo, al darle una roca haciéndola pasar por Zeus, el más pequeño de sus vástagos, y quien se convertiría en el padre de los dioses. Al crecer, Zeus obligó a Cronos a devolver la vida a sus hermanos y lo desterró. De esta manera, Cronos llegó a Italia donde fue recibido por Juno e instalado en el foro romano.


A ambas deidades se les atribuye el transcurso del tiempo y suelen ser representadas por un anciano cubierto con una capa y que porta una hoz, en alusión a las cosechas. Interesante ¿no?

En fin, ahora entiendo el porqué de muchas cosas, sólo espero que al final, no me de por devorar a mis pequeños y que el más intrépido me obligue a traerlos desde el fondo de mis entrañas.

Primera foto. Templo de Saturno en Roma, Italia.

Segunda foto. Vista al Foro Romano desde los Museos Capitolios, Roma.

Tercera foto. Saturno devorando a su hijo (Goya) Museo del Padro, Madrid, España.

martes, 3 de abril de 2007

Para ti...

Porque el amor no tiene fronteras y
– no es choro –
nos invade cuando menos lo imaginamos...



En sólo un segundo mi vida cambió. Los recuerdos quedaron aún más atrás, el presente eras tu, el futuro era nada. Si de por sí ya era feliz, con tu sonrisa se encendió mi corazón; latió con más fuerza y perdí el control. Era verdad, el sentimiento estaba ahí, nos unía y nos dejamos llevar. No pensamos en el después, se trataba únicamente de disfrutar que dos almas se encontraran en un mundo sin sentido. El escenario no pudo ser mejor, rodeados de gente común, de objetos ordinarios. Tal vez si lo hubiésemos planeado, la experiencia no habría sido tan espectacular.
No pensamos en el después, porque eso nunca existirá.


En ese momento, detuvimos el reloj para (re)conocernos, abrazarnos, admirarnos. Y sin tratar de hacer menos la ocasión, los detalles han desaparecido. Lo único importante es saber que fuimos amados y correspondidos. Quizá, en el fondo, deseamos alargar el encuentro; quizá nunca sabré lo que por tu mente pasaba. Tu mirada, mi reflejo.
Qué lejos ha quedado ese instante.
Conservo lo esencial, pero sé que el tiempo, siempre cruel, terminará haciendo lo que hace tan bien: borrar, alejar.
Por más que intento aferrarte a mi mente, la distancia crea un abismo y mis fuerzas se desvanecen. Será mejor no luchar porque a la larga, sé que perderé. Y prefiero dejarte ir, dejar escapar lo poco – o mucho- que nos mantiene juntos. Es tarde y la noche se asoma con timidez. En sueños, una y otra vez, te veo, sonrío... te vuelvo loco. Probablemente, mañana lamente el haberte conocido y perdido, y pensaré que es mejor olvidarte para no reconocer que eso jamás sucederá.
Foto: La Gran Plaza de Bruselas, Bélgica

domingo, 1 de abril de 2007

Enero seis

Acapulco, Gro. 8:30 p.m. Llegó la hora. Dicen por ahí que no hay plazo que no se cumpla y el mío había arribado. Una última llamada a casa para decir que todo iba bien y abandoné el hotel. Sobre la Costera Miguel Alemán iniciaba apenas el bullicio nocturno. Un cálido viento me abrazó. Caminé tranquila, al fin no había prisa y mi objetivo era muy claro. Entré al lugar, y frente al mostrador, comencé a sentir más calor de lo habitual. Sin duda la caminata, aunque pausada, aceleró mi temperatura...

8:45 p.m. El trámite fue sencillo: pagar y firmar una hoja en la que deslindaba de cualquier responsabilidad, en caso de accidente, a los dueños del sitio. Acto seguido: subirme a una báscula para determinar, de acuerdo a mi peso, el tipo de cuerdas que garantizarían mi seguridad. Finalmente, esperar en la línea para abordar el elevador...

8:55 p.m. Comencé a subir... 5, 10, 15 metros –Esto no se cae, ¿verdad? pregunté al que me acompañaba. –No, para nada, es muy seguro- contestó aquél. 25, 30 metros – ¿Y porqué va tan lento? ¿Así es siempre? – le cuestioné – Es que le hace falta mantenimiento, hace mucho que no se lo dan – me informó. – ¡Ah caray!, es bueno saberlo... precisamente ahora que 45 metros de altura me separan del asfalto, pensé.

9:10 p.m. Por fin alcanzamos los 50 metros. Arriba era una fiesta. Música a todo volumen y cuatro jóvenes – muy amigables, debo decir- empezaron su labor. Verificaron mi peso, eligieron la cuerda, colocaron en mi cintura un soporte de plástico y me ataron fuertemente los pies, permitiendo un poco de movilidad para desplazarme a la orilla de la plataforma...




9:16 p.m. -No mires para abajo – me sugirió uno de los chicos y luego me indicó que contaría regresivamente de cinco a cero para que saltara. - Pero ¿cómo?- dije con la voz ya quebrada por los nervios.- ¿Ves allá enfrente? - señaló el mar– Contesté que sí. – Pues has de cuenta que quieres llegar hasta allá-... ¿Lista? No, no, todavía no – supliqué...

9:18 p.m. -Ahora sí, ¿lista? – escuché por detrás. Respiré profundo, ¡muy profundo! y dije sí. Cinco, cuatro, tres, dos, uno, cerooo... Viendo hacia el mar, salté y de inmediato cerré los ojos. La fuerza de gravedad hacía su trabajo, mi cuerpo caía a gran velocidad. Dejé de escuchar la música, todo era silencio. La sensación de libertad fue incomparable. Pasaron tan sólo unos segundos cuando sentí el primer estirón de lo que me sujetaba. Fue ahí cuando reaccioné y emití un grito colosal. Catarsis total. Abrí los ojos y escuché las risas de los espectadores que notaron mi reacción tardía. Ahí estaba yo, en el aire... bailoteando como muñeca de trapo. Entre tanto movimiento, lo único que alcancé a distinguir fueron las luces de los anuncios, nada tenía forma. Abajo: risas, aplausos, ruido...



9:20 p.m. Cuando el vaivén se hizo más suave, lanzaron una cuerda para atraerme hacia el colchón que hace de pista de aterrizaje. La aventura había llegado a su fin. Recostada, mientras me quitaban las protecciones, miré hacia arriba - ¡Qué alto es! - reconocí - y qué loca estoy- concluí...

Dos meses después, repetí la hazaña; la sensación fue diferente. A un año de distancia, quizá lo vuelva a hacer. O quizá no... Tal vez sea mejor seguir conservando el recuerdo de cuando me arrojé al vacío un seis de enero.