miércoles, 10 de octubre de 2007

16.6%

Ya tenía un buen tiempo sin escuchar la misma pregunta ¿qué tienes ahí? ¿qué te pasó? lo que implicaba que ya tenía un rato sin tener que decir: “Ah, es mi lunar”. En toda mi vida, es probable que el número de personas a las que les intrigó mi distintivo en la piel, no sobrepasara la cantidad de 20 y haciendo un cálculo no muy difícil, estaríamos hablando de que me cuestionaran sobre este asunto una vez cada año y medio. Jamás pensé que en menos de un mes, a seis personas - para ser exactos - tuviera que explicarles la procedencia de la llamativa figura que adorna mi cuello.

Y bueno, tal vez ahora la gente es más observadora, por no decir, fijada… o puede ser que realmente estuviesen preocupados por mi bienestar. El caso es que en tan sólo 30 días mi apreciado distintivo fue objeto de miradas masculinas, que pensándolo bien, pudieron haber buscado ver más allá, y que sin conseguir su objetivo, tuvieron que detenerse en ese detalle de mi cuerpo. Mmm, mejor no investigar.

Las posibles razones de esa coloración fueron diversas, sin embargo y continuando con la estadística, un 66.6% pensó que se trataba de un hongo. ¡Ja! Como si fuera de mucho orgullo mostrar un cuello contaminado… Y como para todo mal hay una cura, bajo esa suposición escuché valiosas recetas que, según los susodichos, resultaban muy efectivas abarcando desde los remedios naturales hasta los más sofisticados sistemas dermatológicos. “No, no es un hongo, es un lunar”, fueron mis palabras. Un 16.6% creyó que se trataba de una marca provocada por un amante fogoso y en su fantasía, osó en postularse para extenderla. Otro ¡Ja! en el que prefiero no comentar lo que recibió por respuesta…

Y el 16.6% final, simplemente quería cerciorarse de que este tipo de lunares existían, ya que a su hija recién nacida le observaron algo similar y como el feliz padre nunca había visto algo semejante, al verme recuperó la tranquilidad. En fin, lo que me deja esta experiencia es que cada cabeza es un mundo y que cuando se trata de ligar, hasta un extraño lunar podría ser el pretexto perfecto.

Mi Yo

Alegría, euforia, coraje, tristeza, confusión… todo en un mismo ser: yo. La simple idea de dejar atrás ese recuerdo, de cambiar de escenario y de volar me atrapó de inmediato. Sin pensar demasiado las consecuencias zarpé cual velero rumbo a un lugar más que conocido. Me dejé llevar por el entusiasmo, por la inquietud de la aventura. Ignoraba lo que pasaría, tal vez conocería gente interesante o por lo menos distinta, o quizá me dejaría atrapar por los episodios del ayer. Nada de eso ocurrió. Las nuevas amistades resultaron ser iguales que las anteriores y del pasado, ni un rastro.
Sólo algo sucedió, sólo algo se transformó: mi yo.
Lo más lógico es que deba agradecer el haber experimentado estos cambios, el haberlos identificado y suponer que es parte de un crecimiento personal, sin embargo, no lo siento así. Al contrario, ese instante de saberte con con más experiencia tiempo menos de vida y por ende, , se vuelve mortificante. Es verdad, he encontrado respuestas que apenas hace unos meses parecían inalcanzables y mi caminar se ha hecho más pausado, menos tormentoso y agradable. Pero esta misma situación me ha producido otros sentimientos que hace apenas unos meses eran impensables. Por más que intento explicar esta sensación que combina libertad y ataduras, pasión y apatía, temor y seguridad, a lo único que llego es a la inmovilidad. Prefiero no pensar, dejarme llevar y topar hasta donde tenga que topar. Hoy las cosas son tan claras y a veces duele que los demás no compartan esa nitidez. No por eso dejo de disfrutar este sitio del que, con el paso de los años, es ya una extensión de mi hogar. Sin duda, mi error fue haber recreado una estancia perfecta para anidar experiencias inolvidables y al no hacerlas realidad, la decepción trastocó lo que tenía a su alcance: mi yo. Falta poco para regresar a esa otra realidad, a la que siempre me espera y aun cuando reniego de ella, es la única que me recibe siempre con los brazos abiertos, sin importarle mis tropiezos o mis triunfos. Y tal vez ahí, encuentre gente interesante o me aferre a los días del ayer. Lo ignoro. Sólo sé que anclaré con ímpetu hasta el momento que la idea de un nuevo horizonte me vuelva a llamar.