lunes, 9 de abril de 2007

La Luz de Diego


Diego era un roble muy gruñón. Nada le parecía y se quejaba siempre de su condición. Los árboles que lo rodeaban lo soportaban porque, aunque no había de otra, sabían de la importancia de su presencia en esa región. Por él, la zona había sido conservada ya que su grandeza era tal, que los habitantes del pueblo decidieron no derrumbar ese espacio natural. Sin embargo, el carácter de aquél magno roble dejaba mucho que desear. Escuchar sus lamentos – a diario – no era precisamente un remanso de paz y las quejas crecían conforme pasaba el tiempo: que si los rayos del sol eran demasiado intensos, que si la lluvia no llegaba en su momento, que si la gente lo dañaba, que si los pájaros no lo dejaban descansar, entre muchas más.


A Diego no le importaba lo que los demás opinaban y tampoco le interesaba recibir consejos para llevar una vida más feliz. Para él todo era negro. Hasta que un día, en una noche de primavera, cayó del cielo Luz. Una pequeñísima estrella que olvidó concentrarse lo suficiente para permanecer en lo alto. Luz no sabía qué hacer, ni cómo regresar al lugar donde pertenecía. Estaba asustada. Al principio, y como era de esperarse, a Diego no le agradó la idea de tener como visita a ese diminuto astro y agitaba sus ramas para sacudirla y enviarla de regreso al manto estelar. Pero era imposible, los movimientos sólo conseguían asustar más a la pequeña.


Tras la agitación del momento, Diego se calmó para pensar una mejor manera de ayudar a su inesperada huésped. Y es que Diego también tenía su corazón. Pese a todo, no era un árbol malvado, como lo creían. Así, transcurrió el tiempo y los dos extraños se hicieron amigos. Durante el día, Luz se ocultaba en uno de los huecos del viejo tronco para que nadie la viera y por las noches, ambos discutían sobre la forma en que Luz podría regresar a su lugar de origen.




Y mientras eso sucedía, de Diego no se escucharon más quejas. Los árboles estaban sorprendidos pero sin hacer mayor indagación, agradecieron que el roble hubiese cambiado - milagrosamente- de humor.

Fue una tarde de verano, cuando la estrella volvió a su hogar. Después de innumerables intentos, Diego y Luz descubrieron que el arcoiris era lo ideal para transportar a la pequeña. Y así ocurrió. La despedida fue breve pero significativa. Luz prometió cuidar de Diego cada noche y él a su vez, aseguró que trataría de no enfadarse por los sinsabores de su vida.

Ahora, Luz se deja caer cada primavera para estar con el viejo árbol y regresa al cielo durante la época de lluvias. Por su parte, Diego sigue siendo el mismo gruñón, excepto durante el tiempo que la estrella lo visita y aunque los demás siguen ignorando el motivo de la transformación, al menos disfrutan una temporada de verdadera tranquilidad.

1 comentario:

Oscar Barragán dijo...

¿Qué decir de Diego? Creo que Diego es un claro ejemplo de todos nosotros, o de que al menos llevamos un Diego interior. Nos quejamos incansablemente de las cosas sin hacer caso a la razón ni la justicia. Muchos de los problemas de la gran ciudad nos ciegan y no vemos esa Luz que ya interior o exterior siempre está con nosotros. Creo qu es menester ponerle atención hasta a los detalles insignificantes por que muchas veces es en ellos donde encontramos lo que se requiere para tener una vida feliz. Buena historia.